Leyendo Fundaciones

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones. Capítulo 6
Un riesgo en la oración: el «embebecimiento»

En el título del capítulo se anuncian tres temas: un riesgo que corren los espirituales en la oración; lo mismo en la comunión
eucarística; se alerta sobre ello a las que gobiernan estas casas, es decir, a las prioras de los Carmelos. Es muy personal y
casuística la exposición del tema. Comienza: «Yo he andado con diligencia procurando entender de dónde procede un
embebecimiento grande que tienen algunas personas… en la oración».
A ese embebecimiento pseudoorante le llamará enseguida amortecimiento (n. 6), o dejarse embobar (n. 3), o más irónicamente
pasmos tan largos (n. 6), aludiendo siempre a una deformación psicológica del orante, sumergido en la concentración mental, y
confundiéndola con el arrobamiento místico. Trata el tema de forma insistente y reiterativa:

  • Describe esa anomalía en la práctica de la oración (nn. 13); – Simulación y diferencia del arrobamiento (nn. 45);
  • Su origen psicosomático: «Flaqueza corporal» (nn. 78); – Ejemplificación en casos concretos (nn. 914);
  • La misma anomalía en el ansia de la comunión eucarística (nn. 1617); – Otro caso concreto (1819), contrapuesto a su
    experiencia personal (nn. 2021); – Alerta a las prioras (nn. 2223).
    En su enseñanza del Camino de Perfección, la Santa había insistido en la práctica del recogimiento como interiorización de la
    oración para superar la dispersión de los sentidos y de la imaginación la loca de la casa, y para centrar la atención y el amor en
    Cristo (capítulos 2629 del Camino).
    Ahora previene al lector contra una deformación de ese proceso de interiorización, por exceso de concentración en una idea fija
    o en un tema religioso obsesionante, que bloquee la mente y paralice o neutralice la actividad del orante, de suerte que le impida
    la libertad de pensamiento (y de afectos), hasta producir incluso la inacción corporal. Con dos graves inconvenientes: la pérdida
    de tiempo y la burda simulación del arrobamiento místico. Alguno de éstos «sé que estaban siete u ocho horas…, y todo les
    parecía arrobamiento» (n. 2).
    El diagnóstico de la Santa es perentorio: ese embebecimiento es pura anomalía psicológica, rayana en el pasmo, o incluso en la
    locura (n. 7). Se debe a flaqueza corporal o a debilidad mental: «Esto nace… o de flaqueza grande corporal, o de la imaginación,
    que es muy peor» (ib). Y su efecto es «tullir las potencias» (n. 5).
    Como tal anomalía psicosomática, hay que combatirla: «Entienda que le conviene distraerse como pudiere. Si no, vendrá por
    tiempo a entender el daño». Nada de parecido con el arrobamiento místico, que «dura poco» y tiene efectos de revulsivo
    religioso, altamente dinámico.
    En prueba de ello, la Santa alega casos concretos, coreados en aquel ingenuo ambiente de religiosidad popular, pero
    desenmascarados por ella. Y concluye: «Pues quede entendido que todo lo que nos sujetare de manera que entendamos no deja
    libre la razón, (lo) tengamos por sospechoso, y que nunca por aquí se ganará la libertad de espíritu» (n. 15).
    Algo diverso es ese achaque en el caso de la comunión, tratado en la segunda parte del capítulo. La Santa lo describe como
    excesivo deseo de recibir el sacramento, con manifestaciones ostentosas. Cita episodios concretos, conocidos por ella, uno
    acaecido en sus Carmelos; el otro, más grave, ocurrido a una devota seglar. Y lo diagnostica de egoísmo: «En lo que toca a las
    comuniones, será muy grande inconveniente, por (mucho) amor que tenga un alma, no esté sujeta también en esto al confesor y
    a la priora».
    Y concluye insistiendo de nuevo en la importancia del diagnóstico y fiando su cura a las prioras, a las que en el fondo va
    dirigido el capítulo desde su intitulación: «Helo dicho aquí, por que las prioras estén advertidas, y las hermanas teman y
    consideren y se examinen de la manera que llegan a recibir tan gran merced» como es la Eucaristía (n. 22).
    NOTAS
  1. Arrobamiento, en el texto, se contrapone a embebecimiento. Aquél es un fenómeno místico («arrobamiento o éxtasis o rapto, que todo es
    uno», escribirá en las Moradas 6, c. 4). El embebecimiento (abobamiento le llama en las Moradas 4, 3,11) es una tara psíquica o
    psicosomática. Al arrobamiento lo define la Santa como suspensión de las funciones anímicas y somáticas por especial acción de Dios: «En
    el arrobamiento (el sujeto) va poco a poco muriéndose a estas cosas exteriores y perdiendo los sentidos y viviendo a Dios» (Relación 5, 9).
  2. Las comuniones. Una lectura superficial del capítulo en su segunda parte podría producir una impresión reducionista de las comuniones:
    negarla a las caprichosas obsesivas empeñadas en singularizarse. Téngase en cuenta que en la praxis religiosa de aquel siglo no estaba en uso
    la comunión frecuente, y su práctica estaba regida por normas litúrgicas y comunitarias flexibles. La misma Santa Teresa, al iniciar su vida
    mística e intensificarse su piedad litúrgica, hubo de sufrir las restricciones a que alude el n. 20, y que refiere ampliamente en Vida 25, 14.

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   Capítulo 5
De la sustancia de la perfecta oración

Según el título del capítulo, en él se trataría, genéricamente, de dar «algunos avisos sobre cosas de oración». Pero lo precisará mejor al comienzo del texto: «Lo primero, quiero tratar en qué está la sustancia de la perfecta oración» (n. 2).
Seguirá planteándose otros interrogantes: «Cómo se adquiere el amor», que es el alma de la oración y de la perfección (n. 3).
«De qué procede el disgusto» o la desazón al interrumpir la oración para «emplearse en otras cosas» (n. 4). «Qué remedio» hay para acabar con «esta batalla interior» (n. 12), etc.
A ello se debe quizá que la exposición sea ondulante y salpicada de digresiones. Un sencillo esquema podría destacar los tres o cuatro puntos más salientes:
         – Tema fundamental: en qué consiste la perfecta oración (nn. 23);
         – Cómo compaginar la oración en soledad con el servicio a los otros (nn. 49);
         – El gran medio o remedio: la obediencia y el amor a los hermanos (nn. 3 y 1017);
         – Todo ello, salpicado de ejemplos, lemas bíblicos y exquisitos axiomas de vida espiritual.
La sustancia de la oración perfecta es el primer tema tratado, después de asegurar previamente que «hay muchos caminos en el camino del espíritu». Uno de ellos, el de la oración en la vida contemplativa. Pero interesa entender bien que la oración al menos la oración perfecta o contemplativa no consiste «en pensar mucho sino en amar mucho». Y este amor se adquiere «determinándonos a obrar y padecer, y hacerlo cuando se ofreciere» la ocasión (nn. 23). De esa suerte la oración conduce a la
perfección en sí misma, que consistirá en la plena conformidad de amor con la voluntad de Dios y en la unión a Él.
Junto con la oración, «la obediencia y el aprovechamiento (o servicio) de los prójimos». No olvidemos que la Santa escribe, ante todo, para carmelitas contemplativas, si bien imparte su lección a todos. A ellas, en este libro les reitera el primado de la obediencia: desde el prólogo y el capítulo primero. Aquí les propone la obediencia en su doble función de vida consagrada
comunitaria y de oración profunda. En el primer aspecto, la obediencia sirve de medianera para ajustarse a la voluntad de Dios, alegando el texto de Jesús: «Quien a vosotros oye, a mí me oye». Pero insiste más en su necesidad para el desarrollo de la oración profunda, que necesita discernimiento, y para ello requiere un maestro asesor o un superior competente.
Para la Santa no existe el dilema «oración/acción». El orante, aun el más sumergido en el regusto de la oración «a solas», debe estar dispuesto al servicio, cuando la ocasión o la obediencia o el simple amor a los hermanos lo requiera. Y ello, aunque sienta disgusto en interrumpir la oración y la soledad para afrontar un servicio, por más humilde que sea, que «si es en la
cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándonos en lo interior y exterior».
Y para refrendarlo desde la experiencia, Teresa alude a su caso personal y alega tres episodios concretos, ampliamente comentados en los números 6, 7 y 8, coronándolos con el supremo ejemplo de Jesús, modelo de obediencia al Padre, «obediens usque ad mortem» (n. 3, y número final).
De suerte que las tres líneas de fuerza desarrolladas en el capítulo son: oración, obediencia y amor. Avaladas, como siempre en el libro, con una serie de axiomas espirituales. Basta señalar los más perentorios:
         – «Que no todas las imaginaciones son hábiles, de su natural, para pensar, mas todas las almas lo son (hábiles) para amar» (n. 2);
         – «Querría dar a entender que el alma no es el pensamiento, ni la voluntad es mandada por él, que tendría harta
malaventura» (n. 2), es decir, que la voluntad es autónoma y libre, capaz de mandar y decidir por sí misma;
         – «El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (n. 2);
         – «¡Oh Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones!» (n. 6);
         – «Esta fuerza tiene el amor, si es perfecto, que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos» (n. 10);
         – «Aquí, hijas mías, se ha de ver el amor, no en los rincones sino en mitad de las ocasiones» (n. 15);
         – «El verdadero amante en toda parte ama, y siempre se acuerda del amado» (n. 16);
         – «Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener oración» (n. 16);
         – «En lo que está la suma perfección… no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo…» (n.10);
         – «Ésta es la unión que yo deseo y querría en todas» (n.13). «Todo ha de venir de su mano. Sea bendito por siempre
jamás» (n. 17);

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   Capítulo 4

Consejos y consignas…
Cambio de registro en el libro. Se interrumpe la narración y se pasa a la exposición doctrinal. La Santa ya se lo había propuesto en el prólogo. Será un paréntesis de cinco capítulos (del 4E al 8E), antes de reanudar la historia de las fundaciones (c. 9). A ese bloque de cinco capítulos se refiere el título del capítulo presente. Los temas en ellos tratados pueden sintetizarse así:
         – Cap. 4, el status de vida en los siete Carmelos existentes;
         – Cap. 5, avisos sobre el binomio «oraciónactividad»;
         – Cap. 6, posibles excesos y riesgos en la vida de oración;
         – Cap. 7, una anomalía dañina: la enfermedad de la melancolía en la comunidad;
         – Cap. 8, prudencia ante los fenómenos místicos.
El capítulo 4E es el más breve de todos. También el menos vertebrado. Lo que en él se ha propuesto la Santa es pasar de la historia y los acontecimientos externos de las fundaciones a la vida que se vive dentro de esos carmelos. Dialoga expresamente con sus descalzas, los siete Carmelos, sin incluir en la serie los otros dos de los Descalzos: Duruelo y Pastrana. Y destaca especialmente la acción de Dios en la vida de oración de esas siete comunidades: «Lo que sucede de cosas espirituales en estos años en estos monasterios» (n. 2).
«Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora, comenzó la divina Majestad a mostrar su grandeza en estas mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos…» (n. 5).
Reiterado más categóricamente en el número final: «Son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a
contemplación perfecta…» (n. 8).
Es decir, la tesis que vertebra el capítulo es la constatación de la obra de Dios, lo que Dios hace en esas comunidades orantes.
Esas constataciones van siendo intercaladas con digresiones o advertencias sobre los peligros reales o los temores infundados que provienen de los objetores de fuera (nn. 34), o los pretextos evasivos que surgen desde
dentro (nn. 67).
En realidad, todo el capítulo sirve de preámbulo a los temas fuertes de los capítulos siguientes. Por eso termina asegurando que lo escrito aquí es «para que se entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir» a
continuación.
NOTAS

  1. Las autocitas: es indicativo que desde el comienzo del capítulo se remita la Santa a sus dos libros anteriores:
    Vida, «que se escribió en San José» y Camino, «en algunas cosillas que para las hermanas he escrito». De hecho, lo que escribe aquí está mucho más desarrollado en esos dos libros, especialmente en el Camino.
  2. En los principios de las Órdenes, «como eran cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos…». La Santa es sensible al carisma de los fundadores de la vida religiosa. Lo recordará en las moradas:
    «De esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo» (M 5, 1, 2), y en las Fundaciones (29, 32), al adquirir personalidad autónoma su propio grupo, insistirá: «Ahora comenzamos…».
  3. En el autógrafo, Gracián enmendó la plana a la Santa. Le corrige el elogio de sus monjas y desdibuja el texto del n. final del capítulo. En la edición príncipe lo publicó así: «… Son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que lleva a todas por meditación, y algunas llegan a contemplación perfecta…» (p. 30).

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   Capítulo 3
Carmelo de Medina

Primera salida de la fundadora. De Ávila a Medina del Campo. Toda una aventura. En el relato se entrelazan los avatares
sufridos por el grupo de fundadoras, y la profunda emoción religiosa vivida por Teresa al fundar, revivida ahora al narrar la
fundación.
El relato nos traslada a un típico escenario de época y se desarrolla en cuatro momentos o cuatro escenas sucesivas:
         – Firme decisión de fundar (nn. 16);
         – Aventuras del grupo en el camino y en la erección del nuevo Carmelo (nn. 215);
         – Repercusión y crisis en el alma de Teresa (nn.1015);
         – Desenlace en otro proyecto fundacional, presagio de Duruelo (nn. 1618).
Hace sólo unos meses que Teresa ha recibido del P. General la licencia o la comisión de fundar en Castilla: 27 de abril de

  1. Como primer objetivo ella elige Medina del Campo, que era entonces ciudad próspera y mercantil. Solicita consejo y
    ayuda de los jesuitas de Medina. Envía al capellán del Carmelo abulense, Julián de Ávila, a tramitar las licencias, civil y
    eclesiástica. Contrata una pobre vivienda, casi un tugurio. Enrola en la empresa a media docena de monjas: dos del Carmelo
    de San José y cuatro de la Encarnación, más una joven postulante que aporta unas blanquillas para el viaje y para salir de los
    primeros apuros. Por fin contrata un par de carros y unos arrieros. Y emprende el viaje, rumbo a Medina, mientras en el
    entorno abulense se rumorea lo absurdo del proyecto y se lo tilda de locura, disparate, desatino… Pero a Teresa, que cuenta
    con el refrendo del Altísimo, todo se le hace fácil. Y se pone en marcha.
    A mitad de camino, mientras hace noche en Arévalo, llegan mensajeros inoportunos, con malas noticias de Medina. A pesar
    de ello, Teresa prosigue viaje. Llega de noche a Medina. Cruza a pie la ciudad, se instala en la viviendatugurio, con Misa y
    Santísimo Sacramento. Sólo que, al amanecer, comprueba a vista de ojos la situación desoladora de la casa en ruinas. Pasa
    ocho días buscando otra solución improvisada mientras se adecenta el edificio. Tarda dos meses en regularizar la fundación.
    «Después lo ha ido nuestro Señor mejorando» (n. 15).
    El reverso de la medalla se graba dolorosamente en el alma de Teresa. De pronto se le agolpan y aclaran todas las sinrazones
    de su desatino. Surgen nuevamente las dudas sobre la autenticidad de su vida interior y de sus experiencias místicas. Pasa a
    solas la crisis de una densa noche oscura. La revive ahora, al recordarla en el relato, y reiteradamente se dirige a Dios para
    pedir ayuda, para darle gracias, para suplicar luces y perdones: «¡Oh Dios mío, qué cosa es ver un alma que vos queréis dejar
    que pene! Por cierto, cuando se me acuerda…» (n. 11).
    El relato tiene un desenlace inesperado. Tras las peripecias de la fundación y las sombras y nubes en el alma de Teresa, se
    abre el horizonte hacia otra región esperanzadora, la fundación de los Descalzos. Ahí, en Medina, llega a manos de la Santa la
    carta del P. General, del 10 de agosto, concediéndole licencia para fundar dos conventos. Y poco después sobreviene, de
    sorpresa, el encuentro con dos posibles fundadores, Antonio Heredia y fray Juan de Santo Matía, futuro fray Juan de la Cruz.
    Y Teresa exulta de gozo: «Cuando yo vi ya que tenía dos frailes para comenzar, pareciome estaba hecho el negocio» (n. 17).
    Quizás lo más notable del relato es la unidad y continuidad de la narración y el sentido religioso que la anima. Según la
    autora, es Dios el que marca secretamente el rumbo de los sucesos y los caminos. Por eso concluye con el «Sea siempre
    bendito, amén: que no parece aguarda más de a ser querido para querer».
    NOTAS: El grupo de fundadoras:
             – Eran en total ocho: la Santa más dos monjas del Carmelo de San José, más cuatro carmelitas de la Encarnación, más una joven
    postulante.
             – En Arévalo, al recibir malas noticias de Medina, el grupo se divide: las cuatro de la Encarnación quedan en Villanueva del Aceral,
    donde es párroco D. Vicente de Ahumada, hermano de dos de ellas. Las otras tres juntamente con la Santa viajan a Olmedo, donde se halla
    D. Álvaro de Mendoza, quien les ofrece su carroza para ir desde Olmedo a Medina la tarde del 14 de agosto.
    Principales colaboradores en la fundación de Medina:
              El prior de los carmelitas de Medina, Antonio Heredia, futuro fundador de Duruelo. Ahora viene de Medina a Arévalo a avisar a la
    Santa. Ha sido él quien ha mediado ante doña María Suárez para la adquisición de la casa. Será él quien diga la primera misa en la
    improvisada capilla.
              Doña María Suárez, señora de Fuentelsol, vende a la Santa la casa para el futuro Carmelo. Pero tan derruida que, entre tanto, hay que
    adquirir otra.
              Doña Elena de Quiroga, viuda de Diego Villarroel, madre de siete hijos, sobrina del Cardenal Quiroga, ahora ofrece su ayuda a la
    Santa; pronto ingresará en el Carmelo de Medina su hija Jerónima. Más tarde ingresará carmelita ella misma (4.10.1581) en ese Carmelo
    medinense con el nombre de Elena de Jesús, pese a la oposición del Cardenal su tío.
              Blas de Medina, citado en anonimato (n. 14), es el mercader que resuelve de momento la precaria situación de la fundación,
    ofreciendo para ello su propia casa, donde «podíamos estar como en casa propia», hasta habilitar el futuro convento.

Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   Capítulo 2

Encuentro en Ávila con el P. General, que otorga a Teresa licencias para fundar

Nuevo capítulo preambular. Bien sintetizado en el título. Actores principales de la escena van a ser nuevamente
cuatro: el reverendísimo General de la Orden, Rubeo, y el Obispo de Ávila: dos magnates; a su lado Teresa («una
mujercilla tan sin poder como yo»), y en el fondo de la escena, misteriosamente, el Señor: «¡Oh grandeza de Dios…!»
(n. final).
De pronto llega a Ávila el P. General, investido de poderes tridentinos, para ejercer la visita canónica a los conventos
carmelitas de Castilla.
Extrañamente, el Carmelo de san José de Ávila donde reside actualmente Teresa no está bajo su jurisdicción, sino
bajo la jusrisdicción del Obispo. En él no practicará su visita canónica el P. General.
De ahí los recelos de Teresa, que se resuelven invitándolo cuanto antes a venir a San José y entablar diálogo franco,
cara a cara. Lo ha invitado también Don Álvaro, que hace de Prelado.
Basta un simple encuentro con aquélla para que el General quede encantado. Encantada también ella con el P.
General. Los encuentros se repiten en clave intensamente espiritual.
Teresa tiene grandes deseos, pero sin futuros planes concretos. Es el General quien toma la iniciativa y le confiere
poderes para que funde más Carmelos (femeninos) en Castilla.
Y a don Álvaro se le ocurre otra iniciativa, que propone al General: fundar algún convento de frailes como el de la
Madre Teresa, es decir, de la primera Regla de la Orden, aquí, «en su obispado». Otras personas insisten en la
propuesta. Pero fracasan. El P. General se resiste, porque «halló contradicción en la Orden».
Teresa lo piensa, y vuelve sobre el tema. Le escribe al General razonando los pros y los contras de una o más
fundaciones de Descalzos. Y su carta convence al General, que ya de regreso a Italia, desde Barcelona le envía
licencia para fundar «en Castilla», dos conventos de «carmelitas contemplativos» («estando el P. General en
Valencia», escribe equivocadamente la Santa: n. 5). Era el 10 de agosto de 1567. Teresa recibirá esa carta cuando ya
esté de camino para la primera fundación fuera de Ávila.
Ahora, al recordarlo y escribirlo, estalla en un explosivo himno de alabanza a la «grandeza de Dios», que da «osadía
a una hormiga como ella» (n. 7).
Y con este himno a su Dios «¡tan amigo de dar, si tuviese a quién!», se cierra el capítulo.
NOTAS
Los personajes del capítulo:
El General de la Orden es el P. Juan Bautista Rossi, en el léxico de la Santa: «P. Rubeo» (15071578), designado por
el Papa Vicario General en 1562 a la muerte de su predecesor Nicolás Audet, y luego elegido General en el Capítulo
de Roma de 1564. Viene a España y Portugal en 1566. Llega a Ávila en febrero de 1567, e inicia la visita canónica a
los dos conventos, del Carmen y de la Encarnación. Estando en Ávila, el 27 de abril de 1567, firma la licencia que
faculta a Teresa para fundar Carmelos en Castilla. El 10 de agosto de ese año firma en Barcelona la licencia para
fundar dos conventos de «carmelitas contemplativos» también en Castilla. Posteriormente se cartean él y la Santa.
Don Álvaro de Mendoza es Obispo de Ávila: 15601577. Luego, Obispo de Palencia: 15771586. Su conocimiento y
relaciones con la Santa se deben a la mediación de San Pedro de Alcántara, que le escribe una carta hacia julio de

  1. Admite bajo su jurisdicción el Carmelo de San José, y toda la vida mantendrá su favor a la Santa.
    Los dos Provinciales carmelitas, aludidos en el n. 5, son: actualmente, el P. Alonso González; provincial anterior, el
    P. Ángel de Salazar, que años más adelante volverá a ejercer el mismo cargo (últimos capítulos del libro).

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   Capítulo 1

Idilio de su primer Carmelo. Visita y mensaje de un misionero de las Indias

El título del capítulo promete contar la fundación del Carmelo de Medina. Pero en el texto no lo hará. De hecho, la
referirá más adelante, en el capítulo 3E. (Nótese cómo en este último repite el epígrafe del primero).
Ocurre que ya en el Prólogo indicó la Autora que este relato de las Fundaciones era continuación del pasaje de Vida
en que contaba la fundación de San José de Ávila. Ahora comenzará cubriendo el quinquenio intermedio entre esas
dos fundaciones: el Carmelo abulense, erigido en 1562; el de Medina en 1567: cinco años. ¿Cómo fueron o qué es lo
que ocurrió en ese interludio?
A esa pregunta nuestro capítulo responde con dos relatos fundamentales: primero cuenta el idilio espiritual vivido en
esos cinco años, «los más descansados de mi vida». La paz, la ingenuidad y sencillez, el fervor, la pobreza y la
obediencia de aquellas «doncellas religiosas de poca edad», y la repercusión que todo ello tuvo en el alma de Teresa:
«Yo me estaba deleitando entre almas tan santas y limpias… Alababa a nuestro Señor de ver tantas virtudes
encumbradas… Pues estando esta miserable entre estas almas de ángeles… Muchas veces me parecía que era para
algún gran fin las riquezas que el Señor ponía en ellas… Siempre procuraba las hermanas se aficionasen al bien de
las almas y al aumento de la Iglesia…».
Y hasta el final del número 6 prosigue esa especie de suspense narrativo, que tiene pendiente y en espera el ánimo
del lector. Por fin, anota lo que sucedió en el desenlace del idilio: especie de fogonazo deslumbrador, que dará paso a
la segunda parte del relato:
Llegó de las Indias un fogoso misionero, llamado Francisco Maldonado, seguidor del célebre Bartolomé de Las
Casas. Venía de América para perorar ante el Rey la causa de los indígenas centroamericanos. Estaba de paso en
Ávila. Y probablemente fue Teresa misma quien le dio cita en el locutorio de las monjas, congregadas para oírle. Los
testigos coetáneos cuentan de este «locuaz» misionero que, en cualquier convento por donde pasaba, era capaz de
tener a todos embelesados horas enteras hablándoles del problema misionero en América.
Así fue en el «rinconcito» de San José. Habló a Teresa y a sus doce monjas de «los muchos millones de almas que
allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animándonos a la penitenia, y fuese», porque tenía
prisa de llegar al Consejo de Indias en Madrid… ¡y al tribunal del Papa en Roma!
Teresa queda impactada: «Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí». Y se retira,
sola, a una ermita de la huerta, a clamar a Dios por el remedio…, muerta de envidia «a los que podían por amor de
nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes…».
Y ocurre la sorpresa: a sus clamores responde el Señor: «Mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar,
me dijo: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas…». «Y sucedió lo que ahora diré».
Así concluye el capítulo, que ha sido todo un suspense para el lector, al que se le deja entrever que la empresa de las
fundaciones nace de ese momento de tensión y de esa promesa del misterioso protagonista que es Dios.
En resumen, los actores en el relato han sido cuatro: el franciscano Maldonado, que ya no vuelve a aparecer en el
libro; Teresa y Dios, actores principales; y en el trasfondo de la escena, el grupo de carmelitas pioneras del nuevo
Carmelo.
Este capítulo primero de las Fundaciones tiene más de un paralelismo con el primero de Vida. Pero se empareja más
en directo con el capítulo primero del Camino. En éste se pone en marcha la pedagogía del libro para las doce
lectoras ante el panorama de la Iglesia en quiebra y las guerras fratricidas por obra de los luteranos: «Estase ardiendo
el mundo!». En este otro capítulo primero de las Fundaciones, el resorte motor de todo es la tensión misionera de la
Santa y del grupo de lectoras. Intenso «sentido de Iglesia» y de Europa, en el Camino. Franca apertura al nuevo
mundo y a la correspondiente acción misionera, en las Fundaciones.
En ambos casos, el texto teresiano se enclava en el corazón de la actualidad social y eclesial de su tiempo. No
menos, en el nuestro.

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Leemos en grupo el Libro de las Fundaciones de Santa Teresa de Jesús y comentamos cada capítulo consultando alguna de sus propias cartas, siempre las más cercanas en fecha a la fundación correspondiente.

Los textos para el seguimiento de esta lectura se basan en obras del P. Tomás Álvarez, el P. Maximiliano Herraiz y el P. Salvador Ros,

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Comentario de Tomás Álvarez
Libro de las Fundaciones.   (Prólogo)
INTRODUCCIÓN GENERAL

De «fémina inquieta y andariega» motejó a la Madre Teresa el nuncio papal Felipe Sega. Y con similar epíteto, aunque algo
más benigno, calificó a la Santa su predecesor el nuncio Nicolás Ormaneto. Prueba del impacto que les produjeron los
viajes y fundaciones de ésta por tierras de Castilla y Andalucía.
Ambos nuncios eran coetáneos de la Santa y sin duda la enjuiciaban desde la ideología machista de aquel siglo.
Desde nuestra mirada de hoy, la tildaríamos con más acierto de «mujer escritora y fundadora». Justamente los dos aspectos
puestos de relieve en su «Libro de las Fundaciones». Según él, la madre Teresa primero funda, a pie de obra, cada uno de
sus Carmelos. Luego escribe y describe las correrías y traqueteos pasados en fundarlos, «con grandes trabajos de los
caminos, con fríos, con soles, con nieves…».
Lo va escribiendo por entregas y a ratos libres. Es decir, por etapas y sobre la marcha.
Comienza el libro en Salamanca evocando la vida idílica del Carmelo fundado en Ávila, y redactando a continuación el
proyecto de la «primera salida» y las primeras jornadas en carromato: un bloque de nueve capítulos, que constituyen el
primer fragmento de la obra. Lo escribe el año 1573.
Lo interrumpe para viajar y fundar el Carmelo de Segovia, en que se refugien las monjas aventadas de Pastrana por la
Éboli. Ahí escribe la segunda entrega del libro, otros diez capítulos, desde el 10 al 19, con el historial de cinco fundaciones
más. Es ya entrado el año 1574.
Ahora se interpone una larga pausa, con el atrevido viaje a Andalucía, seguido de la interrupción forzada de las
fundaciones. La Santa se recluye en el Carmelo de Toledo, y en el otoño de 1576 escribe el tercer bloque de la obra, que
ella cree definitivamente finalizada, tanto en la tarea de fundar como en la de historiar y escribir: «Hase acabado hoy… a 14
días del mes de noviembre, año de 1576″. Eran ocho capítulos más, del 20 al 27.
Pero los reanuda cuatro años después con la fundación de Villanueva de la Jara en La Mancha y las tres fundaciones finales
en tierras castellanas, Palencia, Soria y Burgos: últimos cuatro capítulos, 28-31. Eran también los últimos años de su vida.
Termina las fundaciones y el libro a los 67 de edad.
Pero la Santa es andariega vitalicia, y todavía añade a la obra un extraño colofón de dos páginas, escritas en una pausa de
su postrer camino, no sabemos exactamente dónde, para contar el empalme de la fundación primera con todas las demás, y
hacer una sola familia del Carmelo Teresiano.
El Libro de las Fundaciones es, en el fondo, un pequeño relato histórico, pero con trama y entraña de historia sagrada, no ya
porque llene el escenario de personas religiosas, monjas como la autora, sino porque ésta introduce en él la propia
componente mística que abre el relato a la región de lo trascendente.
De suerte que por un lado la narración está tupida de referencias cronológicas y geográficas, de actores bien perfilados y
sus respectivos antagonistas, desde Teresa hasta la Éboli o la Cardona, desde el rey a los arrieros y mozos de mulas. Pero
en realidad el verdadero protagonista es Dios, y el entramado narrativo se bifurca en dos direcciones alternantes: hacia el
lector y hacia el Señor, que una y otra vez tercia en el diálogo con la autora y sus colaboradores.
Imposible leer sin empatizar. Ni los hechos narrados ocurren sin el resorte impulsor de lo religioso, ni la autora es capaz de
narrarlos sin ponerse al habla con el Protagonista en presencia del lector. Todo ello, con espontaneidad y llaneza, con
parquedad y verismo. Con incisos y pausas de oración. Como si el relato se inspirase en el remoto modelo de los Hechos de
los Apóstoles.
En todo caso, prescindir de la componente religiosa en la lectura del libro sería banalizarlo.
Afortunadamente su texto posee todas las credenciales de la autenticidad. Se conserva íntegramente autógrafo en los
anaqueles de la Biblioteca del Escorial, como una perla más del Patrimonio Nacional.
El presente comentario se propone sencillamente glosar y contextualizar uno a uno los 31 capítulos de que consta la obra.
Con atención especial a los dos momentos implicados en la narración, el episodio siempre dramático y complejo de la
erección de cada Carmelo, y el momento más sereno, pero a veces psicológicamente tenso, en que lo narra la escritora.
El libro se suma así a la precedente terna de comentarios a las tres obras mayores de la Santa: a Vida, a Camino y a
Moradas, reiteradamente publicadas por esta misma Editorial Monte Carmelo de Burgos, en respuesta a los múltiples
requerimientos de los lectores de la Santa.

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